La Semana de la Pasión: SEMANA SANTA
Para mucha gente, la Semana Santa es una tradición más, una época de vacaciones, unos días para desconectar, unos simples muñecos de madera paseando por las calles. Pero para los creyentes, es algo muy distinto, por eso como creyente voy a dar mi punto de vista. La Semana Santa es un sentimiento. Y no es un sentimiento cualquiera, es uno que no se puede explicar con palabras, porque se vive desde dentro. Se nota en el pecho, en la piel, en los ojos que se llenan de lágrimas sin que uno se dé cuenta.
Yo no sabría explicar exactamente qué es lo que me pasa cuando veo un paso salir por la puerta de una iglesia. Es algo que me supera. Me emociono tanto que se me hace un nudo en la garganta y muchas veces acabo llorando, sin poder evitarlo. Pero no son lágrimas tristes. Es emoción, es devoción, es recuerdo. Porque cada vez que veo un paso, sé que detrás suya va mi abuelo. No con sus pies, pero sí con su alma. Él fue quien me enseñó a amar la Semana Santa, quien me la hizo sentir de verdad. Y ahora, aunque ya no esté, lo siento conmigo en cada procesión, como si siguiera a mi lado.
Muchos la viven desde fuera, viendo las procesiones, emocionándose desde la acera. Y está bien, porque ya solo con eso se puede sentir muchísimo. Pero yo la vivo desde dentro. Yo he salido en la procesión, he sentido el peso del hábito, el calor bajo el capirote, el cansancio de los pies tras horas andando. Sé lo que es llevar una vela que parece que pesa el doble al final del recorrido. Sé lo que es llorar dentro del capirote, en silencio, sin que nadie te vea, porque la emoción te gana. Porque piensas en los que ya no están, como mi abuelo, y sientes que va contigo, que camina a tu lado, aunque no lo veas.
Y también he sido costalero. He sentido cómo el varal se clava en el hombro, cómo duele, cómo aprietas los dientes y sigues, porque no estás ahí por ti, sino por algo más grande. Por la imagen que llevas encima, por la devoción, por tu familia, por tu historia, por tu fe. Es un dolor que no molesta, que incluso te llena. Porque sabes que estás haciendo algo único, que estás llevando sobre ti una parte del alma de tu hermandad, de tu gente.
Cuando estás ahí dentro, todo cambia. El ruido de fuera se apaga, solo se escucha el paso de los compañeros, los suspiros, las órdenes. Es como un mundo aparte. Y aunque estás cansado, aunque hay momentos en los que sientes que no puedes más, hay algo dentro de ti que te empuja a seguir. Y eso, eso no se aprende, eso se siente.
Me gusta tanto la Semana Santa que la espero todo el año. Para mí, no es solo ver pasos en la calle, es sentir que formas parte de algo más grande. Es fe, es tradición, es arte, es historia… pero sobre todo, es emoción. Cuando suena una marcha, cuando ves al costalero dándolo todo, cuando la gente guarda silencio al pasar una imagen… ahí está el alma de la Semana Santa. Y es imposible no sentir algo dentro.
También me hace pensar. Me hace parar un momento y reflexionar sobre mi vida, sobre los que ya no están, sobre lo que de verdad importa. Porque en esos momentos de procesión, entre el ruido y el silencio, entre las luces y las sombras, uno se encuentra consigo mismo. Y para mí, eso es muy especial.
La Semana Santa no se explica. Se vive. Se siente. Y yo la siento con todo mi ser. Es algo que va conmigo, que me conecta con mi familia, con mis raíces, con mis emociones más profundas. Y cada vez que lloro al ver un paso, no me avergüenzo, al contrario: me alegra saber que lo estoy viviendo de verdad.
Así soy yo. Así vivo la Semana Santa. Y así la seguiré amando siempre. Este ha sido mi punto de vista desde dentro de la Semana Santa pero quien lea esto y no sea creyente mis explicaciones son en vano ya que uno no lo siente hasta que la vive.
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